miércoles, 20 de mayo de 2009

Cuando él juega a ser Él

(12 marzo 2007)

Teníamos una relación por demás extraña. Algunos pensarían, quizá, que era un exceso. Para mi resultaba no menos que normal el pemitirnos desbocarnos uno en el otro de vez en vez, por más que ello extrañase a aquellos que hacían gala de conocer mi buen juicio. Lo cierto era, sin embargo, que cada que me entregaba a Él no había alma terrena capaz de sacarme del estupor que me provocaba su mirada impávida directo a la mía. Y podrían pasar los días, las semanas o los años, antes de que mi cerebro llegara a oir, como si desde otra dimensión vinieran, los gritos desenfrenados de quienes me querían jalar de vuelta.
Le conocí siendo aún muy joven. Su primera cara no sólo se ha borrado de mis recuerdos, sino del mundo, en uno de esos acontecimientos que conmueven al más estóico. Una de las manifestaciones más infantiles que me ha poseído, tanto así, que le lloraba cada domingo por la tarde cuando sus facciones perfectas y sus brillantes ojos esmeralda se volvían una sombra que taparía el sol de la semana hasta que le viera de nuevo brillante en su bicicleta nueva, un sábado por la mañana. Ocho años de llamadas telefónicas y disculpas a medias. Ocho años de pasiones juveniles escondidas a la sombra del "algún día". Y un buen día se volvió un odio enfermo al escuchar las burlas que le prodigaba a las atenciones que le tenía. No más... Y acabó siendo no más entre las lágrimas que se agolpaban en mi rostro una tibia mañana de agosto, cuando él ya no era más. A pesar de que hacía mucho tiempo, él ya no era Él.
Su segunda cara y una de las más memorables, tiene el rostro de quien me dijo un "te amo" por primera vez en la vida. Un te amo para alguien a quien yo amaba de vuelta. ¡Qué añorado "te amo" fue ese! 13 de diciembre de 2000. Empezaba el nuevo milenio con una experiencia tan extrema como amar a quien me amaba. Y no lo volví a escuchar de su boca hasta las 6:33 p.m. del 12 de mayo de 2001, cuando era más causa de desmayos en mis temblorosas rodillas que de alegría compartida al universo. A los 13 días de nuestro primer encuentro el primer "te amo". A los 13 días de la llamada culposa con el segundo, el final drástico para eso que nunca comenzó realmente, eso que añoré siempre.
Cuando apareció ese tercer hombre con mirada clara como el azul del cielo, mi sangre aún hervía de pasión por su anterior manifestación. Fue poco a poco que con cuidado fue poniéndose el disfraz. Desafortunadamente, fue sólo eso, pues a menos de un mes de haber terminado esa relación de dos meses, la máscara cayó y yo caí bajo el influjo poderoso de aquel que me conocía más que mi sombra, tanto para afirmar que era él, y no otro, quien aún ostentaba el título de ser Él. Y otra vez me perdí en ese negro de noche y fé que eran sus pupilas.
Han habido en el camino intentos defectuosos e infructuosos por querer ocupar ese papel en mi vida. Sin embargo, tengo la terrible característica de ser muy soñadora, o muy realista, y de no dejar entrar más que al poseedor de las ideales características que sólo a Él le puedo adjetivar. Muchos intentos y pocos éxitos. A cada fracaso, regresaba con la tez blanquísima de ese de ojos negros que me envolvía como neblina en una noche fría. Denso y pesado recorría mis poros hilvanando en ellos expectativas. Y se me agotaba el alma de tanto esperarle. Hasta que me agotó toda. No sólo el alma, sino el corazón y el cuerpo. Me agotó las ideas, los deseos y hasta las frustraciones. Y dije: "No más" Y no más fue.
A veces Él me hace eso. Me deja llegar hasta los extremos sólo para no quedarme con las ganas. Me conoce bien y sabe que, mientras me deposite, aunque sea a cuentagotas, un poco de atenciones, no voy a soltar, no se si por ser leal o por ser inocente y masoquista. Y me regaló también el cansancio. El saber que: "si no depositas una moneda en los próximos 5 segundos, la canción dejará de sonar". Pero sabe que, cada que se tardan más en depositar la moneda, el registro interno de mi mecanismo de defensa va creando una barrera, va recortando sus límites de tolerancia. Y a cada lágrima derramada 10 minutos menos. Hasta que la misma [tolerancia] queda en ceros... y es sólo entonces, cuando o le pierdo a él o me pierdo a mi, que reacciono con fuerza, con furia. Y con mirada lacerante volteo hacia esos recuerdos que hubimos creando juntos sólo para desbaratarles de un sólo tajo. No más.
Un día llegó directo a mi puerta disfrazado de absoluto, me habló por 5 horas y le creí todo. Me regaló 11 días y luego, un año y medio después, 11 citas. Vino como se fue, como un quejido del viento, apenas un susurro a mis oídos deseosos de escucharle. Y entonces, entre ambas apariciones tomó un rostro de verdad: la de un rostro extranjero de apellido rimbombante. Con pasos lentos, pero seguros, se fue haciendo de mi confianza, arropándome cuidadoso para evitar los golpes que las frías ráfagas de viento helado podrían propinar a mis rasgos delicados. Y fue absolutamente real. Jamás antes le hube visto tan nítidamente. Se presentó, ante mi, con una cara que no hube visto antes ni en mis más fascinantes sueños. Me enseñó de si y me enseñó de mi. Nos enfrascamos en el otro con una dulzura acompañada por pasión que pocas veces se ha podido ver en las mejores historias a través de los tiempos. Me enseñó todo lo que tenía que saber de Él. Y me enseñó, del mismo modo, que Él soy yo siempre que deposite mis ambiciones en el banco adecuado, en las manos adecuadas. Manos que tengan la capacidad de cuidarle como se merece. Manos de hierro y humo... fuertes y cuidadosas. Manos de él que cuando fue mi Él jamás desperdició una caricia para mi piel.
Habían pasado ocho meses cuando Él decidió que ya era suficiente por ahora y que el peregrinaje tendría que continuar. Me dio cuerda hasta que lo volví a él loco de amor. Me dio cuerda y le di cuerda y nos dimos cuerda y se nos fue de las manos y sus manos, sólo por un segundo, soltaron las mías, que no se recuperaron del miedo de saberse abandonadas. Y entonces, dolida, reclamé y él, asustado, soltó una vez más y para siempre... algunas veces se arrepiente y busca ansioso mis manos, para tomarlas de vuelta, pero las mías, desconfiadas, sólo se fian una de la otra y el cansancio no las deja despegar y volver a lanzarse. Inevitablemente, él dejó de ser Él.
Describir cuánto pesa cada descubrimiento con cara de embuste tiene un efecto dual. Mientras resquebraja las profundidades de mis emociones, fortalece la coraza por la que se cubren para no permitir ser atormentadas con la misma historia una vez más. Pero es innegable: me conoce tan bien que siempre encuentra la forma de colarse, aún disfrazándose de infante promiscuo o de fantasía urbana entre un té tropical y un frappé de mango.
Y entonces me arrojo de nuevo a sus brazos depositando en su latir mis deseos. Y a cada pulsación siento cómo hierven mis ganas. ¡Qué ganas! Y... ¿qué ganas? Si sabes que es temporal lo que te ofrece. Un efímero momento de gloria por siglos y siglos de penitencia autoinflingida. Pero te arriesgas porque le crees que no son sólo palabritas. Y así es que me dejo caer en un abismo de pasiones y deseos que se proyectan sobre un fondo blanco y se viven de lleno entre las cajas de leche y las ventanas inconclusas. Emociones que se dudan en pasillos color sepia y banquetas con el lejano ruido de un par de ebrios que a veces están arriba y a veces abajo. Me pongo fuerte entre escalones de servicio y cedo por completo entre la chocomenta y el brownie. Y mientras Él, con cara de él, mueve las manos buscando en mi una reacción que le demuestre que, si volteo, la vida sigue siendo bella. Y yo, queriendo ponerme la tiara de principessa, le dirijo una mirada cómplice que le asegura que le siento muy dentro.
Pero en la noche, cuando Él deja de ser él y se postra sobre mi cuerpo lánguido apenas como una sombra, puedo ver dentro de su mente y descubro todos los contras de esta nueva manifestación. Me embarga quedo, y yo, impávida, lo dejo. Y busco en su interior accidentado las respuestas a mis tantas preguntas. Y entonces se vuelve cruel y disfruta de ver mis lágrimas frente a su futuro abandono... Toma mis manos y hala mis cabellos con fuerza desmesurada queriendo urgar en ellos las opciones para mi tan esperada resolución final. Pero no estoy lista aún para dejarle ir; para soltar uno más, convencida de que éste fue un nuevo fracaso. Y cuando parezco estar más desvalida, me deja caer sobre mis ideas, sola. Me mira distante y luego se postra a mis pies asiéndose a los tobillos con fuerza e implorándome perdón, suplicando que crea en él de nuevo, que confíe en que, en su debido momento, regresará a mi con fuerza para nunca más soltarme. Pero yo ya no sé ni qué creer y me envuelvo entre mis sábanas con ojos cerrados y corazón abierto.
El futuro es incierto y las posibilidades son infinitas, pero se que, cada que lleguen con su cara, me será imposible dejarles de lado, no tomarlas en cuenta. Quizá lo mejor sea esperar que, mientras espero, llegue el momento adecuado con la faz adecuada porque, como diría mi mejor amiga, que diría su película favorita 2046 de Wong Kar Wai: "Love is a matter of timing; too soon or too late is useless". Él tendrá que esperar y con Él, mis ansias de amar.

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