miércoles, 20 de mayo de 2009

Payasos que no dan risa

(28 febrero 2008)

Hay muchas cosas qué pensar cuando se esta solo en una posición en la que trabajan, a tu coordinación, cerca de 30 personas. Por más que quieras establecer diferencias entre ustedes (especialmente por aquello de los límites de respeto), siempre terminas estableciendo algún tipo de nexo con alguna de las personas que te rodean. Ya sea con el electricista de sonrisa amable que escucha todo lo que le dices mientras seguro por dentro piensa que "demonios, esta ya me puso a trabajar otra vez" o con el Maestro de obras al que le aprendes mucho simple y sencillamente por los 30 años que te lleva de existencia...
Pero nunca nunca NUNCA falla aquel que de repente interpreta tu amabilidad con una mano que se quiere tomar para saltarse la barda y salirte con alguna majadería. Si bien la mayor parte de los chicos han sido profundamente amables y, sobre todo, perfectamente respetuosos, existe un jardinero que, queriendo hacerse el gracioso, ha sugerido a mis espaldas, pero con la suficiente insistencia para que yo me entere, que él "no me hacía el feo" (claro que se que él usa términos un tanto más burdos), especialmente porque, al ser el jefe de su cuadrilla, se toma los derechos de ser el que entre en contacto conmigo directamente cuando necesita algún tipo de contacto con las disposiciones sobre su trabajo.
Pues bien, hace un par de días, mientras me encontraba silenciosa revisando los detalles de un acabado, en un rincón medio oculto de la casa, le escuché pasar. Comentaba con alguno de los jardineros de apoyo que estaba seguro de no serme indiferente, argumentando que yo había notado que él no era un simple trabajador sino un hombre versátil que dedica sus ratos libres a lo que denominaba su "vocación", ser payaso en fiestas infantiles. Este sujeto, cuyo nombre no mencionaré por ser innecesario, hablaba de que era posible que me sintiera atraída porque él no sólo tenía su sueldo de jardinero, sino ochocientos pesos la hora por su trabajo de entretenimiento infantil.
No supe si reír o molestarme por dichas afirmaciones. Pero, evidentemente, no se las aclararé al señor. Bastó con que, el mismo día por la tarde, cuando, al ser observado por su séquito (a la expectativa de mi reacción, por supuesto) se aproximó a mi con ese toque de suficiencia altiva a preguntarme primero, sobre su trabajo, después, por la obra en general y, finalmente, esperando hacerse el gracioso con sus dobles intenciones preguntarme si "me gustaban los payasos infantiles". Más fácil no me la pudo poner. Ni siquiera tuve que mentir para ser absolutamente tajante y dejar en claro una cuestión que pudo haber sido incómoda:
"Nunca, jamás, me han gustado los payasos. Ni poquito. Ni cuando niña. Menos ahora. ¿Lo molesto si va a pedirle a sus chicos que vengan a ayudar al Maestro a levantar los registros? Gracias."
Al día siguiente vino el maestro de obras a contarme que había encontrado, sobre una mesa de mármol, y garigoleado con lápiz, mi nombre ta

No hay comentarios:

Publicar un comentario