miércoles, 20 de mayo de 2009

Terrores móviles

(11 diciembre 2007)

Estás convencida de que podrás hacerlo sin ningún tipo de complicación. Te dirigirás hacia parajes inciertos como heróica exploradora de antaño. Te postras en el asiento delantero con la absoluta seguridad de que llegarás a tu destino sana y salva. Él te espera y, de momento, eso parece suficiente razón. Estudiaste la ruta con suficiente tiempo, sin embargo, parece que, en alzado, las avenidas no tienen la misma apariencia que en la guía consultada. Acelerador, freno, acelerador, freno. El tráfico vehicular está en su mejor momento. Verde-amarillo-rojo, verde-amarillo-rojo...
De repente, el miedo asalta tu mente. ¿Te sentías muy valiente, no? Hace algunos minutos estabas dispuesta a ir hasta el fin del mundo si fuera necesario. Nunca te detuviste a pensar que quizás no sería tan sencillo. Ese trailer a tu lado se ve muy imponente. Te sientes pequeña y desprotegida. Apenas un rozón con la banqueta basta para menguar tus ánimos. Te apanicas. Las manos sudan frío y prendes el aire acondicionado para calmar el calor que te invade bajo el pesado abrigo invernal. Sigues manejando hasta llegar a un camino de terracería. Debiste haber dado vuelta hace ya un buen rato. Es de noche y no hay luces en las calles. Topas con una reja de gallinero en la que se recargan un par de vagabundos que calientan sus manos en la flama contenida dentro de un tambo industrial. Das vuelta en U y avanzas en sentido contrario con cuidado. Te animas y cruzas la avenida entre dos camiones. Estás a punto de desistir. Quieres ir a casa. Piensas en él.
[La fiebre lleva 3 días asediándolo y los delirios se han hecho presentes en más de una ocasión. Tú misma pudiste escucharle pedirte, hace un par de días y con los labios secos, "zeta" convencido de que lo que estaba pidiendo era "agua". Amodorrada, te esmerabas por atender su pedido pero, mirándolo confusamente, no entendías qué quería. Cuando al fin, desesperado él también, balbuceó "agua", corriste a la cocina, histérica, para poder calmar su sed -y su delirio-.]
Respiras profundo mientras contienes el deseo de llorar que te provocan los dos camiones de doble semi-remolque que transitan a tus costados. De repente, el camino se torna amenazante. Pides permiso al amable chofer del camión a tu derecha y te orillas cautelosamente. Pones tus intermitentes mientras el teléfono celular se desliza por tus dedos conectándote a su número. Nota tu estrés y te pide no te muevas de donde estás, él llegará a buscarte. Respiras mientras sientes la vibración de unas cuantas toneladas siendo transportadas por un trailer a tu costado.
Llega a tu lado y te exige tomar control de ti misma, pero tú ya has perdido un poco la fe. Le pides maneje él el resto del camino, pero se pone firme y te dice que no, debes hacerlo tú misma. Accedes pero ya estás al borde de una crisis nerviosa. Ríes histérica mientras vuelves a darle un llegue a la salpicadera con la banqueta. Él te mira aterrorizado.
Cuando finalmente te estacionas frente a su casa, no quiere dejarte ir e, inclusive, insiste en llevarte él de regreso. Te pones de malas y le insistes para bajar del auto. Conoces a su madre. Entran a su recámara y descubres un pequeño algo que, si relacionas con otros algos que han tenido lugar el fin de semana anterior, te dan un poco de miedo. Una opresión aún mayor que la causada por la marejada vehicular por la que acabas de transitar, llena tu pecho. Recuerdas la plática que tuviste con tu amiga S esta mañana. ¿No te da miedo, preguntó ella, pensar que quería tanto a otra persona antes que pensaba compartir el resto de su vida con ella? Si, te da miedo. ¡Qué digo miedo! ¡Te da terror absoluto!
Hay muchas cosas que te dan miedo. Pero crees, quizás inocentemente, que reconocerlas como atemorizantes es el primer paso para saber cómo debes hacerles frente y, posteriormente, soltarlas. Te despides, te subes al vehiculo plata y arrancas hacia lo desconocido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario