miércoles, 20 de mayo de 2009

Lo siento, güero, más que nada...

(22 agosto 2007)

Estás ahí, sentada a su lado. Contemplas los autos pasar por la ventanilla del asiento del copiloto. Los vas contando buscando distraerte de esas sensaciones que te embriagan y que aún no identificas por completo. Audi plata, Passat oxford, Ibiza amarillo... La presión dentro de tu pecho se va incrementado sorprendentemente. "¿Qué es?" te preguntas mientras pones esa cara que acostumbras en momentos de tensión. La frente fruncida y la mano reposando sobre los labios que no saben qué decir o qué no decir hasta que encuentren las palabras precisas.
Él te pregunta, con una mirada preocupada, qué es lo que te pasa. No aciertas a contestar. Dices "nada" y él, nada ingenuo, sabe que, en una mujer, nada, es todo. Pero no dices nada porque estés molesta. En esta ocasión, lo usas porque, VERDADERAMENTE, no sabes qué es esa sensación que te genera tanta angustia. No quieres parecer demasiado aprehensiva. No puedes. No quieres echarlo a perder. VA TAN BIEN.
Él intenta bromear contigo y finge que el auto se dirige directo hacia algunos otros autos estacionados. Mira tu cara de sorpresa divertido. Sonríes levemente, pero, a los pocos segundos, regresas al mismo rictus angustioso. Él se da cuenta y pregunta nuevamente. Le dices que te preocupan las distancias entre su casa y la tuya. Viven demasiado lejos y no quieres que algo le pase camino a casa; un par de veces se ha quedado dormido entre San Antonio y Periférico. Extiende la mano y hace un pacto contigo para no verte más. Tomas su mano, sellando el trato y te dice que era broma, pero que ahora tendrá que ser cierto porque él no falta a sus tratos. Suena fuerte "Temblando" de los Hombres G en el estéreo y te descubres, igualmente, temblando. [Sientes un enorme deseo de llorar].
Se estaciona frente a tu puerta y te mira mientras le miras de vuelta; las pupilas entrelazadas. Buscas, frenéticamente, las llaves dentro del bolso que llevabas hoy. Las sientes raspar las yemas de los dedos y las tomas en la palma apretándolas fuerte. Él, cansado, cierra los ojos apenas un minuto. Cae profundamente dormido por diez minutos en los que no consigues quitarle los ojos de encima. Por alguna razón, flota por tu cabeza ese poema de Jorge Charpentier que tienes escrito en tu pared (lo escribiste hace ya mucho tiempo en una tarde lluviosa), "No te me mueras pronto". Lo repasas en pensamiento:
No te me mueras pronto
¿Con quién tendría el amor de las palabras?
¿Con quién hacer la historia de mis dedos?
¿Con quién dejar el sueño vespertino...
cuando la tarde moja acalorada tu frente en mi mejilla?
¿A quién decir la dulce geografía de la luz apagada?
¿A quién helar de luz en el cielo del invierno?
Falta le harás a mi garganta para nombrarte en diálogo.
Si te me mueres pronto... ¿Con quién destruyo el tiempo?
Por supuesto, espantas el poema al instante, junto con los pensamientos que conlleva. Lo observas una vez más y tus dientes se posan alrededor del dedo índice de la mano izquierda. Abre los ojos sobresaltado. Te intenta abrazar pero dices que es tarde. Siente tu rechazo, se yergue inmediatamente y dice que, si no van a hablar, entonces mejor se va. Abre la portezuela del auto mientras bajas la mirada y haces lo propio. Bajas presurosa y lo encuentras sosteniendo la portezuela de tu lado para que puedas tomar tus cosas y descender del vehículo.
Se despide mientras no consigues mirarle. "Ciao" te dice cansado y tú no consigues articular la despedida. Abres un poco los labios, pero los sonidos se rehusan a salir. Vuelve a preguntar qué es lo que te pasa. Dices "nada". Arquea las cejas y dice "no me la creo, pero ok". De pronto un impulso. Te lanzas sobre él con una desesperación no anticipada. Te enrroscas alrededor de su cuello y no quieres soltarle. Y entonces, en tu desesperación por no dejarle ir, tu mente se obnubila por completo y tu desperación te orilla. Abres la boca en el segundo menos esperado y haces la solicitud más estúpida que has hecho jamás. Te arrepientes nomás la escuchas ser pronunciada.
Él, evidentemente, contesta ofendido y te pide que jamás digas una tontería de tal nivel de nuevo. Lo miras y no abres la boca. Seguro estás sonrrojada. Puedes sentir el calor, y el color, subir por tus mejillas antes blanquecinas. "¿No vas a decir nada?" te pregunta con evidente desesperación mientras rehuyes su mirada, completamente apenada. Vuelves a abrir la boca y culpas a tu miedo por dominar tus palabras. "Es que... es miedo... y esteeee... es...". Te das por vencida. Cierras la boca, los ojos. Respiras. Inhalo, exhalo... inhalo, exhalo... Por fin un rezago de consciencia y actividad cerebral: Escucha, lo siento, yo... no pensé antes de hablar. No estoy siento asertiva, he dicho muchas estupideces por una sola noche. Discúlpame por favor. Quizás lo mejor es que me meta ya a casa."
Él esta de acuerdo contigo. No has sido asertiva. Lloras de pena, lloras de frustración. LLoras sin razón, lloras porque si. Lloras, ¿por qué no? Te abraza de nuevo y lo besas apasionadamente. No quieres soltarle. Te mira a los ojos y sonríe. SABES que te quiere como tú le quieres. Lo sientes. Aunque esta noche no te lo haya dicho, esta noche lo sientes con mucha fuerza. Instantáneamente te arrepientes de cualquier comentario previo y te fundes en sus brazos con completa soltura.
Te manda a dormir y accedes. Necesitas descansar. Se besan largamente, interminablemente. Bajas a casa y, en cuanto te pones la pijama, le envías un mensaje donde, nuevamente, te disculpas y, a la vez, le instas a mantenerse despierto. Contemplas la habitación a medio pintar mientras le mandas, una docena de minutos más tarde, otro mensaje: "Lo siento, güero, más que nada, ¿no? (haces uso de esos elementos con los bromea contigo) En verdad me importas. Y si... te quiero." Hasta que cierras los ojos, media hora más tarde, no has recibido respuesta.
Amaneces más tarde de lo esperado. Programaste la alarma mal. Lo primero que haces es buscar el teléfono celular. Cuando lo encuentras, encondido bajo la almohada, te levantas con él. Lo dejas en el escritorio frente a la ventana. Suena: Has recibido un SMS. Ves el nombre del remitente. Es Él. Te avisa que llegó a casa tras una larguísima noche; el trayecto de tu casa a su casa se complicó. Contestas. Más tarde, te llama. Te explica que terminó con dos neumáticos y dos rines destruidos por causa de una de las muchas grietas de nuestra hermosa ciudad. Llegó a casa a las 5:30 am después de una larga caminata en busca de una forma para localizar una grúa luego de que su teléfono celular se quedara sin pila. Pero esta bien y, por un segundo, eso es todo lo que importa. Lo sabías, lo sentías. Pero... ¿Qué más da si lo sabías o él lo sabía o los dos lo sabían?
Está bien. Y, realmente, MÁS QUE NADA, eso es lo único que importa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario