miércoles, 20 de mayo de 2009

Rituales océanicos

(12 mayo 2007)

Hice ese ritual en la arena, ¿sabes? Si, si... en Cancún... te cuento: me fui un ratito y pues... a los primeros cinco minutos frente a ese horizonte turquesa, no pude evitar darme cuenta que comulgaba contigo en el absoluto universal en el que me presentaba al mundo... Finalmente, ¿quiénes somos tú y yo sino la misma esencia manifestándose de diferentes formas?
Tuve miedo, por un segundo, de que la inmensidad me tragara y me perdiera en el instante sin poder ver lo que vendrá por tener tus pupilas obnubilando las mías. Regresé durante la noche pensando que, tal vez así, podría por fin enfrentar los miedos de aquellas pesadillas que roban mis noches de vez en vez. No sé si alguna vez te las conté... pero sueño mucho. Sueño con agua, ¿sabes? Agua tremenda, a veces clara como el mismísimo mar de Cancún, a veces turbia como un estanque de confusión. Pero siempre, todas y cada una de las veces, agua que me roza, que me empapa, que se rogodea acariciando mi piel (ahora muy tostada después de una siesta al sol del mediodía)... agua que a veces me entibia el alma, a veces me asusta su fuerza y a veces me aterroriza acompañada de ansiedad desmedida. Y ahí estaba yo, parada dentro del mar a las 2 am buscando dentro de mi misma y escarbando en mis miedos. Cerré los ojos (esperando que Argimiro no tuviera razón y que no me saliera "El animalote, señorita, es que usté no sabe... pero sale de noche y es re-peligroso... así como de metro y medio") y dejé que el vaivén de las olas me arrullara acercándome a los deseos de ese océano que envuelve todas las tierras de todo el planeta. Escuchaba, a lo lejos, cómo hacía a la arena gemir mientras se azotaba contra ella llegando a la orilla. Pensé en ti de nuevo.
Pasaban los minutos... pero no fue hasta que me olvidé de ellos y cedí a mi humildad universal que perdí todos los miedos. Tan pequeña como un grano de arena... tan única como cada uno de ellos, con todos los procesos que los han llevado hasta sus posiciones de tapete lustroso acariciado por ese mar eterno. Y cuando perdí los miedos, me encontré... es decir: nos encontré... porque se, dentro muy dentro de mi, que estás en mi, que estoy en ti.
Conté las estrellas flotando entre la espuma, enviándote en cada uno de mis suspiros, un deseo fugaz pero luminoso, se que lo sentiste. Como se que tantas otras veces mientras pensaba en ti, tú pensabas en mi... esas coincidencias extrañas en las que podíamos comunicarnos por el mero pensamiento...
Cerré los ojos un instante, mandé una plegaria al cosmos, por ti, por mi, por nosotros... y puse los pies sobre la arena nuevamente, caminando liviana por entre las olas hasta que las mismas quedaron atrás. Y entonces, recostada sobre esas sábanas limpísimas de algodón de 800 hilos, estiré las piernas, miré por el balcón abierto al mar y le sonreí a mi nuevo cómplice.

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